“En noviembre de 1976, la dictadura militar argentina acribilló la casa de Clara Anahí Mariani y asesinó a sus padres.
De ella, nunca más se supo, aunque desde entonces figura en la Dirección de Inteligencia de la Policia de la Provincia de Buenos Aires, en la selección reservada a los delincuentes subversivos.
Su ficha dice:
Extremista.
Ella tenia tres meses de edad cuando fue catalogada así.”[1]
Eduardo Galeano
[1] (Galeano 2016)
INTRODUCCIÓN
Este ensayo nació en 3 momentos. El primero ocurrió en la universidad cuando hicimos un círculo de discusión en la materia de Teoría de Grupos con el profesor Isaí Soto y el tema a discusión fueron los ataques terroristas del viernes 13 de noviembre del 2015 en París. Como “buenos” universitarios fuimos políticamente correctos y nos dejamos llevar por lo que nos demanda decir la academia, las participaciones iban y venían con diferentes posturas y críticas que iniciaban con una condena por demás disfrazada de eufemismos, otros compañeros menos informados recordaban el patético acto de solidaridad que se viralizo en Facebook, pero lo que todos compartimos incluso el profesor Isaí era que en nuestros discursos, en nuestras miradas, en nuestro sentir y pensar teníamos miedo. El segundo momento fue el último libro que me ha comprado mi bienquerida madre “La nueva lucha de clases” del filósofo esloveno Slavoj Žižek, un libro que me cautivó desde el principio por su contundencia, por su capacidad para hacerme reflexionar, para generar una crítica pero en el buen uso de la palabra, no aquellas críticas que solo vociferan ofensas, perjurios y tratan de desestimar al otro, sino que es la elaboración de un criterio que no es otra cosa que un juicio con argumentos. En este libro Žižek sentencia como los ataques terroristas del viernes 13 de noviembre del 2015 en París nos recuerdan el mundo violento que se vive fuera de la “cúpula”[1], esta cúpula es la que resguarda a los países catalogados como “países de primer mundo”, y que dichos ataques deben condenarse sin paliativos, condenar el acto por el acto mismo, dejando a un lado la historia detrás de los actores, porque esa historia solo sirve para aminorar la culpa del victimario y busca la empatía de la sociedad, pero no justificara nunca el acto violento del terrorismo. Aquel fatídico 13 de noviembre en París es un hecho constante en la vida de los países del tercer mundo como el nuestro. El tercer momento ocurrió en un café del centro de Querétaro cuando el doctor Gregorio Iglesias compartió su ponencia “El mercado y sus violencias pertinaces cotidianas, polimorfas” en dicho escrito el doctor Gregorio definió la violencia de la siguiente manera “la violencia es rebasar los limites” y esta definición me hizo pensar sobre por qué se rebasan los límites y cuáles son.
A partir de estos 3 momentos nació en mí una inquietud, una interrogante que no sé si quiera saber la respuesta acerca de qué es lo que genera la violencia. De algo puedo estar seguro es que es un sentimiento ambivalente porque siento miedo, pero también siento coraje al leer, al escuchar y al ver actos de violencia. Para el ENEPS2017 (Encuentro Nacional de Estudiantes de Psicología Social) escribí un poema en el cual pensé al hombre como analogía del fuego, a un hombre violento, pero cálido, que puede otorgar cobijo, pero también daño, pero que no siempre fue así.
utopías, zapatos, ideologías y flores
que quemas cuando abrazas
porque cuando amas, matas
pero sabemos que no siempre fue así
nos hemos acostumbrado
hemos aprendido a temerte
huimos de ti
y te invocamos para destruir
al principio éramos amigos
deslumbraste a la oscuridad
me defendiste del frío
nos sentábamos a lado uno del otro
quemas y no sabes que quemas
incendias aquello que anhelas
tienes miedo de ti
estas perdido en la humareda
DESARROLLO
En el reino animal impera la ley del más fuerte, el poder se ejerce por aquel que es más grande, por aquel de colmillos y garras más afiladas, por aquel que es más veloz en la relación depredador-presa. Cuando el león acecha a su presa lo hace sigilosamente y con prudencia, cuando el ciervo se percata de su presencia corre despavorido logrando alcanzar y en ocasiones rebasando la velocidad natural que se le otorgo, pero que no fue suficiente, el león alcanza a su presa, la inmoviliza con sus fuertes garras, coloca su peso encima de él y con una fatal mordida en el cuello le provoca la muerte. Este acto en perfecta sincronía que acontece en la naturaleza se puede considerar a todas luces agresivo, pero estaríamos equivocados si lo llamaremos violencia, porque como lo menciona el profesor Gregorio Iglesias “el mundo de lo vivo, al menos el de los vegetales y los animales, es el de la agresividad, de las agresiones, pero sólo el mundo humano es el de la violencia.”[2]
Siguiendo con la analogía entre el mundo animal y el mundo humano no puedo dejar de lado la ineludible referencia a la aseveración del filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra el Leviatán acerca de la caracterización de la naturaleza humana “el hombre es un lobo para el hombre” Estoy de acuerdo con Hobbes en el sentido metafórico, pero si le quitamos el sentido metafórico y lo colocamos en sentido literal estaría en desacuerdo, porque los lobos pertenecientes al mundo animal agreden pero no cometen actos de violencia[3]. Si algo aprendí del entrañable libro “El libro de las tierras vírgenes” de Rudyard Kipling fue que cuando el sabio y afable oso pardo Baloo le enseñaba la ley de la selva al cachorro humano Mowgli este debió aprender un poco más y quizá nosotros también debamos de aquella ley de la selva. Mowgli aprendió “las palabras mágicas de la selva” que dictan así “Tú y yo somos la misma sangre”[4], de esta manera el cachorro humano aprendió a reconocer a sus semejantes. El mundo humano ya no ve al otro a los ojos y cuando rara vez sucede que la mirada encuentra un depositario en el otro no logra reconocerlo. A esta indiferencia es a la que Silvia Bleichmar denomina la banalidad del mal[5]. Porque la mirada solo ocurre cuando el otro también me ve, y ojalá un día no vea un hueco en dónde deberían estar los ojos. Algunos tienen los ojos blancos debido a la ceguera voluntaria que padecen, esta ceguera es particular porque es una ceguera que siempre ve, pero que no hace nada, lo único que hace son actos patéticos de solidaridad, pero al estar de frente con el otro en el momento preciso es como si no se estuviera, se abandona al otro porque no se le reconoce, se le violenta porque no importa, se mata porque no significa.
Siempre que se hace referencia a Thomas Hobbes acerca de este hombre lobo, se le contradice inmediatamente con la idea de Jean-Jacques Rousseau en el Contrato Social donde sostiene que “el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad es quien lo corrompe”. Nuestro hombre lobo de Hobbes ahora está inmerso en la cultura, rodeado de otros que lo sujetan y lo hacen sujeto. Sujeto a las normas, a las leyes, a las relaciones de poder, a los micro poderes, a las jerarquías, a las vigilancia que se llevan a cabo por el panóptico de Bentham[6], nuestro actuar ya está escrito en un manual de buenas costumbres, sospecho sin temor alguno a equivocarme que ellos, como Dios condenan lo que ignoran. Cohabitamos en un mundo donde las dicotomías nos rigen, porque estamos regidos por una sociedad de doble moral. “Ahora bien, una sociedad que admite esa doble moral no puede pasar de una cierta medida, muy limitada, en materia de «amor a la verdad, honradez y humanidad»”[7] Las dicotomías que puedo esclarecer en esta doble moral son las siguientes y van formando una cadena de significantes: hombre-cultura, hombre-perverso, deseo-insatisfecho, sofocación-reproducción, reproducción-moral, desenlace-perverso, sofocación-nerviosismo, abstinencia-matrimonio, sublimación-cultura, malestar-obediencia, angustia-muerte. Una cadena dicotómica que sujeta al hombre con estas cadenas va creando para él una jaula cuya puerta está abierta por la mañana y por la noche, pero él se aferra, abraza sus barrotes, es una jaula que otros y a veces nosotros mismos limpiamos porque no permitiríamos que un hombre viviera ahí, la vida es una paradoja.
El hombre es la palabra que dice, es la cultura y la cultura es el hombre, es lenguaje creado por la mente y es la mente expresada en el lenguaje, es lenguaje que permite la comunicación, la comunicación es palabra y la palabra es el hombre, y es a través del discurso que se hace evidente un mal-estar en la cultura, y la cultura en lo social y lo social como referencia a la existencia de Otro, que se me presenta como objeto, como rival o modelo ¿De dónde proviene el mal-estar? De adentro, de una insatisfacción, de un sufrimiento del cuerpo por un retraso de sus necesidades biológicas, porque nuestro cuerpo es tan solo un animal que hemos aprendido a domesticar. Por más mal-estar que nos provoque la sociedad no podemos vivir sin ella, tenemos “un sentimiento de atadura indisoluble, de la copertenencia con el todo del mundo exterior.”[8] No sería posible el devenir de la subjetividad sino es a través de este mal-estar. Una vez establecida el génesis de la subjetividad, debemos celebrarla, porque aquellos que quieren ser objetivos, mienten, quieren ser objetos, para salvarse del dolor, son aquellos a los que les queda lo que Richard Sennet denominó “fatiga de la compasión”[9] son hombres grises que han perdido la capacidad de respuesta ante el sufrimiento, ante un sufrimiento que es provocado por el mismo hombre a través de actos de violencia ¿A qué se debe la fatiga? A la repetición de acontecimientos traumáticos; por un lado ante los desastres naturales aún existe una respuesta como la que se esperaría y su efecto inmediato son movilizaciones de solidaridad porque los terremotos, huracanes e incendios ocurren de manera abrupta y natural, contrario a lo que sucede con ataques terroristas, asesinatos, actos de discriminación, desapariciones; que ocurren cuando el humano rebasa los límites, ante estos actos violentos, ya no hay respuesta porque nos hemos acostumbrado a que ocurran como nos acostumbramos a que el sol emerja por la mañana o a que la luna brille por las noches, y he ahí la raíz del problema, el habernos acostumbrado sin cuestionarnos, simplemente lo hacemos porque así ha sido siempre. Nuestro punto de partida será no el de una esperanza sino el de aceptar que esta vez quizá no la haya, porque de hacerlo sería aceptar que lo está ocurriendo siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá, y no es así no debemos acostumbrarnos y por eso no debemos esperar a que otro sea el mesías, quizá esta vez tengo que ser yo. Esto suena utópico pero las utopías sirven para caminar como nos recuerda Eduardo Galeano y caminar ya es un acto. Pero debemos actuar no de manera desenfrenada y sin escrúpulos, antes debemos pensar de manera crítica, aceptar las consecuencias y crear un plan.
CONCLUSIÓN
El hombre lobo de Hobbes es corrompido por la sociedad de Rousseau, ¿quién es la víctima en esta relación? Podríamos pensar que es el hombre lobo, pero recordemos que estos discursos que lo atraviesan y lo corrompen también son aquellos que lo constituyen que lo hacen ser lo que es, el hombre lobo deviene de su historia de vida y su vida es la sociedad.[10] El hombre lobo conoce bien la frase de Jean-Paul Sartre “el infierno son los otros” pero a pesar de todo nos negamos a morir, porque es mejor amar y morir a su lado, que nunca haber amado por miedo a sufrir porque nuestro ya querido hombre lobo también leyó en un libro la siguiente cita “Cada uno había creado un infierno para el otro, pese a que se querían”[11]
La violencia se genera por la ignorancia y por la intolerancia, y nos permite repensar significaciones acerca de quiénes somos y lo que hacemos, de lo que sentimos y pensamos. Debemos reconocer al otro, reconocer que es diferente a mí, y buscar encuentros que alegren nuestra vida desde la diferencia, verlo a los ojos y en esos ojos mirarnos a nosotros mismos, debemos condenar los actos de violencia sin paliativos ni eufemismos. Una solución sería luchar por una solidaridad global, porque “el poder, y con él la violencia, es pensado por Foucault como una categoría relacional, y frente a ellos siempre existe la posibilidad de resistencia”[12]. La resistencia a través de pequeños actos que cambian al mundo, son pequeños actos como sonreír, pasear a tu perro, reír con un amigo, abrazar a tu abuelo, cocinar, bailar, terminar un libro y comprar otro, compartir, besar, pensar, jugar futbol, nadar, ver el mar, escuchar un cuento, escribir un poema, celebrar el triunfo de tu equipo favorito, acabar un ensayo.
[1] (Žižek 2016)
[2] (L. G. Sahagún 2015)
[3] (L. G. Sahagún 2015)
[4] (Kipling s.f.)
[5] (Bleichmar 2002)
[6] (Foucault 2002)
[7] (Freud 1908)
[8] (Freud, El malestar en la cultura (1930 [1929] ))
[9] (Bleichmar, Los modos del sufrimiento que nos aquejan 2008)
[10] (Vincent, Marquez y Ruiz 2005)
[11] (Kundera 1984)
[12] (Sahagún, Violencia 2015)
Bibliografía
Bleichmar, Silvia. 2008. «Los modos del sufrimiento que nos aquejan .» En Subjetividad en riesgo: herramientas para su rescate, de Silvia Bleichmar, 125. Buenos Aires: Noveduc.
—. 2002. Dolor país. Buenos Aires : Libros del Zorzal.
Žižek, Slavoj. 2016. «El doble chantaje.» En La nueva lucha de clases, Los refugiados y el terror, de Slavoj Žižek, 11. Barcelona: Anagrama.
Foucault, Michel. 2002. «Disciplina, El panoptismo.» En Vigilar y Castigar, de Michel Foucault, 180-211. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Freud, Sigmund. 1908. «La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna.» En Obras Completas, de Sigmund Freud. Editorial Amorrortu.
Freud, Sigmund. (1930 [1929] ). «El malestar en la cultura.» En Obras Completas, de Sigmund Freud, 66. Editorial Amorrortu.
Galeano, Eduardo. 2016. «La peligrosa.» En El cazador de historias, de Eduardo Galeano, 90. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
Kipling, Rudyard. s.f. El libro de las tierras Vírgenes. Bógota: Circulo de Lectores.
Kundera, Milan. 1984. «El alma y el cuerpo.» En La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, 81. Tusquets Editores México.
Sahagún, Luis Gregorio Iglesias. 2015. «Violencia.» Eidolón 23.
Sahagún, Luis Gregorio Iglesias. 2015. «Violencia.» Eidolón 22.
Sahagún, Luis Gregorio Iglesias. 2015. «Violencia.» Eidolón 21.
Vincent Gaulejac, Susana Rodriguez Marquez, y Elvia Taracena Ruiz. 2005. «Historia de vida: entre sociología clínica y psicoanálisis.» En Historia de vida, Psicoanálisis y Sociología Clínica, 19-44. EDICIONESUAQ.